Esta misma quietud
la reconoces,el lecho de la luz,
esplendor del estío,
y tu pálido cauce adolescente,
la imagen aún borrosa del clamor y de la yerba.
Como un vaho transterrado
de las fiebres antiguas,
sube todo el silencio
deshojando tu cuerpo.
Este bosque de sauces
que fuera tu dominio,
es hoy el cementerio
del yo que le entregaste.
Mirando hacia esa loma
descubriste el deseo
y el principio de ser memorial abrasado.
Esta misma quietud
la reconoces,
fugaz y transitoria
la voz del epitafio;
y es todo lo que ha muerto
el ayer navegable.
TOMA TAMBIÉN MIS OJOS
Toma también mis ojos,
la decisión de fecha escurridiza
y llévame a aprender tierra de nadie
o inciertas geografías.
Toma el camino túnel o imán de mi memoria.
Enséñame a mirar senderos, nubes,
nervaduras, metáforas.
El espacio reiterado del deseo
en su mapa de arterias no resuelve
el crucigrama de mi nombre.
la decisión de fecha escurridiza
y llévame a aprender tierra de nadie
o inciertas geografías.
Toma el camino túnel o imán de mi memoria.
Enséñame a mirar senderos, nubes,
nervaduras, metáforas.
El espacio reiterado del deseo
en su mapa de arterias no resuelve
el crucigrama de mi nombre.
La hierba fulgura más verde que anteayer
y me he acercado.
Al abrigo de los matorrales
un pequeño jardín se sabe dulce alegoría de la muerte.
Como entonces se escucha
un sonido encandilado de élitros
y el viento norte pasa diciendo que no hay nadie.
Veo ahora una niña antigua,
me reconozco en sus dos manos lentas
mientras pliegan las alas mudas en un hueco de tierra
y se inventa una oración
que habla de libertad y cielo azul para mañana
y dice algo de volar muy alto
mientras pasan las yemas de sus dedos
modelando una tumba.
Las mismas yemas de mis dedos
después de veinte años,
húmedas entre la hierba certifican:
no hay cicatriz ni sombra cíe la herida.
Cuando levanto la vista
la niña se ha marchado.
y me he acercado.
Al abrigo de los matorrales
un pequeño jardín se sabe dulce alegoría de la muerte.
Como entonces se escucha
un sonido encandilado de élitros
y el viento norte pasa diciendo que no hay nadie.
Veo ahora una niña antigua,
me reconozco en sus dos manos lentas
mientras pliegan las alas mudas en un hueco de tierra
y se inventa una oración
que habla de libertad y cielo azul para mañana
y dice algo de volar muy alto
mientras pasan las yemas de sus dedos
modelando una tumba.
Las mismas yemas de mis dedos
después de veinte años,
húmedas entre la hierba certifican:
no hay cicatriz ni sombra cíe la herida.
Cuando levanto la vista
la niña se ha marchado.