Noche final, si al fin tengo que verte,
sé una duelista noble y dame el sablecon el que en nuestro duelo inevitable
no esté dejado yo sólo a mi suerte.
Si la naturaleza no subvierte
su orden por más lucha que se entable,
déjame por lo menos la improbable
ocasión de intentar matar mi muerte.
Mientras me agujereas el jersey,
con el aroma aún del largo abrazo
que tú reducirás a signo puro,
sólo se negará a tu única ley
la intemporalidad a la que emplazo
amando hacia el pasado y el futuro.
He mirado la verja de unas tumbas,
la fuente en que bebían los caballos,
el sosiego que guarda para sí este paseo
de escaparates mínimos, sin gente.
Esta ciudad no es ya el poder de tedio
que yo un día temí como a un murmullo.
He visto el mar con alguien,
apenas una voz que ha reído a mi lado
esos submarinismos minuciosos
del pájaro que pesca
y eso es, pienso ahora, la ciudad,
un contemplar pagano,
sin pedirme a mí nada ni yo a ella:
mi ciudad, la hoja rosa, el alto seto.
la fuente en que bebían los caballos,
el sosiego que guarda para sí este paseo
de escaparates mínimos, sin gente.
Esta ciudad no es ya el poder de tedio
que yo un día temí como a un murmullo.
He visto el mar con alguien,
apenas una voz que ha reído a mi lado
esos submarinismos minuciosos
del pájaro que pesca
y eso es, pienso ahora, la ciudad,
un contemplar pagano,
sin pedirme a mí nada ni yo a ella:
mi ciudad, la hoja rosa, el alto seto.