que la falda traspasan y bordean,
dos niños que traviesos juguetean
en el mismo dintel del Paraíso.
Quiso el amor y mi fortuna quiso
que ellos el fiel de mi esperanza sean;
si aparecen, de pronto me recrean;
cuando se van, me afligen de improviso.
¡Oh, pies idolatrados; yo os imploro!
Y pues sabéis mover todo el palacio
por quien el alma enamorada gime,
traed a mi regazo mi tesoro
y yo os aliviaré por largo espacio
del dulcísimo peso que os oprime.
Encendido en sus propias llamaradas,
la sed devora al luminar del día,
y, eterno amante de la noche fría,
persigue sus espaldas enlutadas.
Ansioso de sus sombras regaladas,
en vano corre la abrasada vía;
que él mismo va poniendo el bien que ansía
donde nunca penetran sus miradas.
La dicha ausente, y el afán consigo,
arde y redobla su imposible instancia,
llevando en sus entrañas su enemigo...
¡Así corro con bárbara constancia,
y siempre encuentro mi ansiedad conmigo
y el bien ansiado a la mayor distancia!
la sed devora al luminar del día,
y, eterno amante de la noche fría,
persigue sus espaldas enlutadas.
Ansioso de sus sombras regaladas,
en vano corre la abrasada vía;
que él mismo va poniendo el bien que ansía
donde nunca penetran sus miradas.
La dicha ausente, y el afán consigo,
arde y redobla su imposible instancia,
llevando en sus entrañas su enemigo...
¡Así corro con bárbara constancia,
y siempre encuentro mi ansiedad conmigo
y el bien ansiado a la mayor distancia!